Comentario del libro de Ramiro Frías

“Cámaras de Resurrección ”

[“Cámaras de Resurrección” comentado por Silvio Dall’Ara]: Consta en documentos hoy depositados en los archivos vaticanos, que los misioneros de la iglesia que vinieron junto a los conquistadores españoles, encontraron algunas analogías entre las costumbres religiosas de los pueblos originarios de América y las ancestrales tradiciones paganas de Europa. Por ejemplo, reservaban la práctica de ciertos rituales heterodoxos para convocar a los ausentes o a determinadas entidades. Por obra del Santo Oficio estas costumbres fueron estigmatizadas como paganas o herejes y su prohibición las relegó por mucho tiempo al olvido, cuando no al secreto. Ello no ha impedido que con el tiempo, antropólogos y estudiosos de los cultos y creencias, las redescubrieran e intentaran entenderlas o descifrarlas. Así ocurrió por ejemplo con una tradición cuya práctica era conocida en ambos continentes mucho antes que los mestizara la conquista y que Alexander von Humboldt -entre otros- describiera como “invocación”.

En varios de estos rituales, siempre según las pocas referencias que nos llegaron, las palabras constituyeron un factor decisivo. Pronunciar palabras elegidas o fórmulas sacramentales, perfeccionaba la ceremonia necesaria para trascender nuestro mundo y conectar al alma con una dimensión ultra terrena.

El uso de estas palabras consagradas, estaba reservado a personas especiales que muchos pueblos originarios de América llamaron chamanes y los celtas de la Galia, druidas. En Etruria los magos arúspices accedían a sus artes adivinatorias luego de pronunciar una oración secreta y en Roma los Lares demandaban de los sacerdotes un sacramento verbal estricto. Algo similar ocurría con los oráculos griegos, así como la Cábala de los rabí, exigía precisos procedimientos anagramáticos para desentrañar el sentido profundo de los textos sagrados e invocar la presencia de soplo vital para el Golem.

Siempre que hechos graves o circunstancias urgentes lo ameritaron, en todos los tiempos y en los lugares más remotos; palabras adecuadas y secretas fueron utilizadas para invocar la presencia de ancestros, de espíritus de la naturaleza o de divinidades que revelaban el pasado o el futuro. Los acontecimientos importantes de la vida, la muerte, las tragedias, las guerras y los grandes cambios explican la persistencia de esta antigua práctica. Aún en épocas tranquilas, muchos creen que sobrevive latente y encubierta en nuestro lenguaje cotidiano aunque preservada de nuestra propia ignorancia e imprudencia, pero al alcance de aquellos pocos que descubren su profundo significado.

Muy de vez en cuando podemos encontrar algún texto en donde las invocaciones recuperan su primitiva fuerza ritual y la magia absoluta de las palabras secretas, transforma el alma de quien las descifra. Cuando Domingo Faustino Sarmiento escribió en el siglo XIX: “…Sombra temible de Facundo…yo te invoco…”, animó a espíritus antagónicos ancestrales de nuestra Patria, que libran desde entonces una misma y perpetua batalla, en tiempos ajenos y con otros rostros.

Mucho tiempo antes en el 1300, el Dante en el canto VII de la Comedia, escribe la terrible invocación “pappe satán, pappe satán alepe” en boca del demonio Pluto, que advertía a su padre satán la llegada de Virgilio al infierno.

Las invocaciones, a veces pueden parecer amables caricias nostálgicas para nuestras almas, cuando evocan ausencias y nos transportan a los paraísos perdidos de nuestra vida; pero encierran cierto peligro si nos dejamos atrapar por los rostros difuminados de nuestra memoria, sobre todo cuando la tibieza sepia de una antigua imagen recuperada nos seduce invitándonos a su reino.

“Cámaras de Resurrección” es un libro de vivas y dolorosas invocaciones de un pasado que se mantuvo acechante en el espíritu de su autor -el escritor y poeta argentino Ramiro Alberto Frías (1962-2014)-; al que hoy sólo podemos imaginar en el segundo infinito de “…la partida de un tren que abre un luto inefable…” o en el “instante congelado de un abrazo final”, para usar sus premonitorias palabras. Podemos también encontrar en cada una de estas narraciones un homenaje a ideas y conductas valientes, asumidas por hombres y mujeres dignos en una época gris en la que resultaba peligroso leer libros de epistemología, que despertaban una entusiasta y escéptica curiosidad al poeta.

Transcurren en estas páginas personas de otros tiempos, comarcas olvidadas, un poema nunca escrito, el tercer testamento, Bob Dylan y el lenguaje de los muertos atesorado por un judío errante al que se lo lleva el viento; entre tantos otros misterios, enmarcados todos ellos en el culto intemporal e incondicional de la amistad que perduró primero en la vida y hoy en el recuerdo.

Al invocar este volumen ausencias, anhelos, temores ancestrales y afectos profundos, los lectores de “Cámaras de Resurrección” celebrarán una suerte de pagana eucaristía que hace posible recuperar todo aquello que “…se escabulle de este mundo por ranuras que están en cualquier parte, en algún muro, en el aire…” y que al hacerlo nos hace volver a creer en “…los infinitos mundos posibles…”, como lo expresó Ramiro Frías en su mágico relato “la intemperie y el viento” que integra este volumen. [Comentado por Silvio Dall’Ara]