[SMD, Director de Diario “El Peso”] En una realidad cada vez más compleja, en donde es difícil entender lo que ocurre en medio de una abrumadora cantidad de estímulos que desorientan, hemos querido crear hace cuatro años, un espacio de información independiente, cuyo único norte fuere desentrañar los complejos códigos de la post-modernidad.
Cuatro años no representan mucho tiempo para una vida, sin embargo, cada momento puede trascender en el tiempo cuando alguien lo interpreta, le asigna un significado, lo representa con signos y lo transmite. El instante se pierde y muere, como tantas cosas condenadas a seguir inexorablemente el mismo destino, como la propia vida. Sin embargo existe una forma de prorrogar la vida o retrasar la muerte a través de los signos. Cada hecho, o las distintas narraciones de los hechos, tendrán la posibilidad de sobrevivir al narrador, a menos que el olvido las destruya.
Hoy conocemos la historia a través de la visión de quienes la representaron, aunque también desde sus intereses y perspectivas, tan humanas y parciales como la cualquier persona. Esta circunstancia no le quita valor, porque los seres humanos compartimos una misma experiencia existencial que nos posibilita entender, por ejemplo, qué quería decir Platón cuando en su “Alegoría de la Caverna” describe a los seres humanos como encadenados, de espaldas a la luz y limitados a percibir las indefinidas y lejanas sombras que proyecta el mundo real sobre el fondo de la caverna.
Esta forma parcial de conectarnos con el pasado, también nos indica que muchas voces entre las voces de todos los muertos, no han llegado hasta nosotros, ya sea porque no pudieron o no los dejaron narrar su versión de la historia o porque aun habiéndolo hecho, han sido silenciadas por la posteridad.
Es cierta la frase que dice, que no hay peor mentira que la que está formada en parte con una verdad. Lo demoníaco es hacer indistinguible lo cierto entre lo falso, lo bueno entre lo perverso, lo bello entre lo grotesco. Silenciar parte de la verdad, por cualquier medio que fuere, es demoníaco en el sentido profundo y filosófico del término y tal vez ese sea el “pecado original”de quien escribe.
Limitados por el lenguaje, estamos condenados a silenciar todo aquello que el significado de cada palabra excluye y todo aquello que nuestra interpretación del texto desecha.
La realidad es infinitamente más rica que el lenguaje, más allá que pretendamos que nuestro verbo es creador, inspirados por antiguos textos que nos contaban que en el principio “era el verbo”. No puede afirmarse con certeza que la palabra sea creadora, aunque sí, que puede ser inconmensurablemente destructora. Con la palabra se puede justificar la perversidad, la mentira, la injusticia, el despojo…
¡Cuántas teorías lo han demostrado!, pensemos en las elucubraciones del Conde Joseph Arthur de Gobineau y su “Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas”, en las teorías económicas contemporáneas que justifican el despojo y la miseria de millones de ciudadanos en Europa y en el mundo, en los conceptos de “seguridad nacional”, de “guerra preventiva”, de “expectativas racionales”, etc., muchos de ellos elaborados y analizados en “ThinkTanks” de varias universidades y multiplicados por gran parte de la prensa mundial como verdades absolutas. Pareciera que no hay perversidad que no tenga su versión escrita avalada por la falacia del “argumento de autoridad”.
Lo paradójico es que, con la misma palabra podemos desenmascarar las fábulas grotescas que muchas veces nos venden como si fueran cuentos de hadas. ¿Cómo distinguir cuáles son las palabras que nos encadenan de las que nos liberan? No hay un método infalible, sin embargo es un buen comienzo reconocer al que afirma no tener la verdad sino que sólo la busca, al que admite sus intereses y no los encubre, a quienes no son escuchados o son ridiculizados por la ortodoxia reinante y tienen algo que decir. Hoy sabemos que compartimos esta idea con muchos de nuestros lectores que han visitado ya casi un millón de veces nuestros artículos, que mandan sus colaboraciones y que se comunican siempre con nosotros. Ello justifica nuestro esfuerzo.
Es bueno recordar lo que dijimos en muestro primer número al referirnos a los riesgos de la post-modernidad: “La saturación informativa que es la sobreabundancia innecesaria de datos a veces irrelevantes; la polución informativa que consiste en la desvirtuación de la información con la inclusión de datos contradictorios o falsos. Elitismo, saturación y polución impiden la difusión del conocimiento por los medios de comunicación.
A estos vicios se contraponen la divulgación de la información, su articulación o contextualización y el uso de herramientas hermenéuticas que decodifiquen en la multitud de datos, la intencionalidad o finalidad de quienes construyen el discurso informativo. Este es el desafío que nos imponemos como meta en El Peso”. Gracias a todos nuestros lectores.[SMD Director de Diario “EL Peso”]
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