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Junio 2022
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El Escuerzo

Por Leopoldo Lugones

[Leopoldo Lugones] Un día de tantos, jugando en la quinta de la casa donde habitaba la familia, me di con un pequeño sapo que, en vez de huir como sus congéneres más corpulentos, se hinchó extraordinariamente bajo mis pedradas. Tenía horror a los sapos y era mi diversión aplastar cuantos podía. Así es que el pequeño y entonado batracio no tardó en sucumbir a los golpes de mis piedras. Como todos los muchachos criados en la vida semi-campestre de nuestras ciudades de provincia, yo era un sabio en lagartos y sapos. Además, la casa está situada cerca de un arroyo que cruza por la ciudad, lo cual contribuía a aumentar la frecuencia de mis relaciones con tales reptiles. Entro en estos detalles, para que se comprenda bien cómo me sorprendí al notar que el atrabiliario sapito me era enteramente desconocido. Circunstancia de consulta, pues. Y tomando mi víctima con toda la precaución del caso, fuí á preguntar por ella á la vieja criada, confidente mía en las primeras empresas de cazador. Tenía yo ocho años y ella sesenta. El asunto había, pues, de interesarnos a ambos. La buena mujer estaba, como de costumbre, sentada a la puerta de la cocina, y yo esperaba ver acogido mi relato con la acostumbrada benevolencia, cuando apenas hube empezado, la vi levantarse apresuradamente y arrebatarme de las manos el despanzurrado animalito.

-¡Gracias á Dios que no lo hayas dejado! Exclamó con muestras de la mayor alegría. En este mismo instante vamos a quemarlo.

-¿Quemarlo? dije yo; ¿Pero qué va á hacer, si ya está muerto?

-No sabes que es un escuerzo- replicó en tono misterioso mi interlocutora

-¿Y que este animalito resucita sino se quema? ¿Quién te mandó matarlo? ¡Eso habías de sacar al fin con tus pedradas! Ahora voy á contarte lo que le pasó al hijo de mi amiga la finada Antonia, que en paz descanse.

Mientras hablaba, había recogido y encendido algunas astillas sobre las cuales puso el cadáver del escuerzo.

-¡Un escuerzo! decía yo, aterrado bajo mi piel de muchacho travieso; ¡un escuerzo! Y sacudía los dedos como si el frío del sapo se me hubiera pegado á ellos. ¡Un sapo resucitado! Era para enfriarle la médula á un hombre de barba entera.

-¿Pero usted piensa contarnos una nueva batracomiomaquia? interrumpió aquí Julia con el amable desenfado de su coquetería de treinta años.

-De ningún modo, señorita. Es una historia que ha pasado. Julia sonrió.

-No puede usted figurarse cuánto deseo conocerla...

-Será usted complacida, tanto más cuanto que tengo la pretensión de vengarme con ella de su sonrisa. Así, pues, proseguí; mientras se asaba mi fatídica pieza de caza, la vieja criada hilvanó su narración que es como sigue:

Antonia, su amiga, viuda de un soldado, vivía con el hijo único que había tenido de él, en una casita muy pobre, distante de toda población. El muchacho trabajaba para ambos, cortando madera en el vecino bosque y así pasaban año tras año, haciendo a pie la jornada de la vida. Un día volvió como de costumbre por la tarde para tomar su mate, alegre, sano, vigoroso, con su hacha al hombro. Y mientras lo hacían, refirió a su madre que en la raíz de cierto árbol muy viejo había encontrado un escuerzo, al cual no le valieron hinchazones para quedar hecho una tortilla bajo el ojo de su hacha.

La pobre vieja se llenó de aflicción al escucharle, pidiéndole que por favor la acompañara al sitio para quemar el cadáver del animal.

-Has de saber, le dijo, que el escuerzo no perdona jamás al que lo ofende. Si no lo queman, resucita, sigue el rastro de su matador y no descansa hasta que puede hacer con él otro tanto

El buen muchacho rió grandemente del cuento, intentando convencer á la pobre vieja de que aquello era una paparrucha buena para asustar chicos molestos, pero indigna de preocupar a una persona de cierta reflexión. Ella insistió, sin embargo, en que la acompañara a quemar los restos del animal.

Inútil fué toda broma, toda indicación sobre lo distante del sitio, sobre el daño que podía causarle, siendo ya tan vieja, el sereno de aquella tarde de noviembre. A toda costa quiso ir y él tuvo que decidirse á acompañarla.

No era tan distante; unas seis cuadras a lo más. Fácilmente dieron con el árbol recién cortado, pero por más que hurgaron entre las astillas y las ramas desprendidas, el cadáver del escuerzo no apareció.

-¿No te dije? exclamó ella echándose á llorar; ya se ha ido; ahora ya no tiene remedio esto. ¡Mi padre San Antonio te ampare!

-Pero qué tontera, afligirse así. Se lo habrán llevado las hormigas ó lo comería algún zorro hambriento. ¡Habráse visto extravagancia, llorar por un sapo! Lo mejor es volver, que ya viene anocheciendo y la humedad de los pastos es dañosa.

Regresaron, pues, á la casita, ella siempre llorosa, él procurando distraerla con detalles sobre el maizal que prometía buena cosecha si seguía lloviendo; hasta volver de nuevo á las bromas y risas en presencia de su obstinada tristeza. Era casi de noche cuando llegaron. Después de un registro minucioso por todos los rincones, que excitó de nuevo la risa del muchacho, comieron en el patio, silenciosamente, á la luz de la luna, y ya se disponía él á tenderse sobre su apero para dormir, cuando Antonia le suplicó que por aquella noche siquiera, consintiese en encerrarse dentro de una caja de madera que poseía y dormir allí.

La protesta contra semejante petición fué viva. Estaba chocha, la pobre, no había duda. ¡A quién se le ocurría pensar en hacerle dormir con aquel calor, dentro de una caja que seguramente estaría llena de sabandijas!

Pero tales fueron las súplicas de la anciana, que como el muchacho la quería tanto, decidió acceder á semejante capricho. La caja era grande, y aunque un poco encogido, no estaría del todo mal. Con gran solicitud fué arreglada en el fondo la cama, metióse él adentro, y la triste viuda tomó asiento al lado del mueble, decidida á pasar la noche en vela para cerrarlo apenas hubiera la menor señal de peligro.

Calcula ella que sería la medianoche, pues la luna muy baja empezaba á bañar con su luz el aposento, cuando de repente un bultito negro, casi imperceptible, saltó sobre el dintel de la puerta que no se había cerrado por efecto del gran calor. Antonia se estremeció de angustia.

Allí estaba, por fin, el vengativo animal, sentado sobre las patas traseras, como meditando un plan. ¡Qué mal había hecho el joven en reírse! Aquella figurita lúgubre, inmóvil en la puerta llena de luna, se agrandaba extraordinariamente, tomaba proporciones de monstruo. ¿Pero, si no era más que uno de los tantos sapos familiares que entraban cada noche á la casa en busca de insectos? Un momento respiró, sostenida por esta idea. Mas el escuerzo dió de pronto un saltito, después otro, en dirección de la caja. Su intención era manifiesta. No se apresuraba, como si estuviera seguro de su presa. Antonia miró con indecible expresión de terror á su hijo; dormía, vencido por el sueño, respirando acompasadamente.

Entonces, con mano inquieta, dejó caer sin hacer ruido la tapa del pesado mueble. El animal no se detenía. Seguía saltando. Estaba ya al pie de la caja. Rodeóla pausadamente, se detuvo en uno de los ángulos, y de súbito, con un salto increíble en su pequeña talla, se plantó sobre la tapa.

Antonia no se atrevió á hacer el menor movimiento. Toda su vida se había concentrado en sus ojos. La luna bañaba ahora enteramente la pieza. Y he aquí lo que sucedió: El sapo comenzó á hincharse por grados, aumentó, aumentó de una manera prodigiosa, hasta triplicar su volumen. Permaneció así durante un minuto, en que la pobre mujer sintió pasar por su corazón todos los ahogos de la muerte. Después fué reduciéndose, reduciéndose hasta recobrar su primitiva forma, saltó a tierra, se dirigió a la puerta y atravesando el patio acabó por perderse entre las hierbas.

Entonces se atrevió Antonia a levantarse, toda temblorosa. Con un violento ademán abrió de par en par la caja. Lo que sintió fué de tal modo horrible, que a los pocos meses murió víctima del espanto que le produjo.

Un frío mortal salía del mueble abierto, y el muchacho estaba helado y rígido bajo la triste luz en que la luna amortajaba aquel despojo sepulcral, hecho piedra ya bajo un inexplicable baño de escarcha. (Para quienes deseen bajar el cuento en PDF, click aquí.)

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El Escuerzo

 

El Trágico Destino de Leopoldo Lugones

[SEPA] Leopoldo Lugones (1874-1938): Fue un escritor argentino nacido en la pequeña localidad de Villa de María del Río Seco ubicada al norte de la Provincia argentina de Córdoba. Su vida constituye, por sí misma, casi una novela gótica llena de misterios, que devino en tragedia. Considerado en su tiempo el más destacado intelectual de su generación y digno heredero de una tradición literaria antes engalanada por Domingo Faustino Sarmiento, Paul Groussac y Amadeo Jaques, entre otros y luego continuada por Jorge Luis Borges, Eduardo Mallea y otros; su obra refleja la variedad y profundidad de su erudición, que discurre por la novela, el cuento, el ensayo, la poesía y el panfleto político. Sin embargo, su personalidad fue problemática y vacilante, lo que se evidencia en sus devaneos políticos, religiosos e ideológicos que lo llevaron a participar de centros ateos, anarquistas, socialistas, liberales, conservadores, religiosos y finalmente fascistas a la par de oponerse al antisemitismo tan en boga en su época; ello sin perjuicio de haber integrado la Sociedad Teosófica y la Masonería, además de mostrar un marcado interés por el ocultismo y de cartearse de manera personal con Albert Einstein, intercambiando sus diferentes puntos de vista sobre distintas cuestiones y a quien llegó a invitar y traer a la Argentina.

Cuando su familia se mudó a la ciudad de Córdoba, ingresó al centenario Colegio Montserrat, donde cursó parte de la secundaria, estudios que nunca llegó a concluir transformándose en un autodidacta. Posteriormente se traslada a Buenos Aires, ya casado y con un único hijo que fue, el tristemente célebre Leopoldo “Polo” Lugones (h), quien en la década del ’30 del siglo XX, sería nombrado Comisario Inspector de la Policía, durante la primera dictadura militar de ese siglo perpetrada por el Gral. José Félix Uriburo.

¿Qué dice Wikipedia?


Leopoldo Lugones


Sodoma


Gomorra

A su peor antecedente, precedió el espeluznante hecho de haber sido acusado de abusar a menores que estaban a su cuidado, delitos por los que nunca fue juzgado; pues el escritor intercedió frente funcionarios lábiles del entonces Presidente Constitucional Hipólito Yrigoyen, ya debilitado por la vejez y rodeado de una camarilla decadente que le ocultaba la realidad.

Muchos que lo conocieron en sus devaneos socialistas, anarquistas y ocultistas, se preguntan en qué momento la mente del escritor pactó con el mal o qué razones lo llevaron al extravío que lo impulsó a ser uno de los ideólogos del nefasto derrocamiento del Gobierno Constitucional de Yrigoyen. Otros consideran que siempre fue igual de oscuro. Pero cualquiera fuere la verdad, sus propias decisiones lo llevaron a tener un trágico final. Discurrió como un extraordinario autodidacta por el más amplio arco del pensamiento que uno pudiera imaginarse, de poseer una erudición formidable no sólo en humanidades sino en ciencias, de traducir jeroglíficos, de conocer idiomas lejanos, de haber viajado por el mundo como diplomático, de haberse transformado en un escritor universal cuyas fuentes abrevan en todas las tradiciones del mundo, por lo que muchos lo consideran el predecesor de la literatura de Jorge Luis Borges (por otro lado un lejano sucesor como Director de la Biblioteca Nacional). Luego de todos estos antecedentes, devino en un pensador colérico y ultraconservador cuyo talento comenzó a inspirar a quienes impondrían una férrea dictadura. El hijo del poeta, Leopoldo “Polo” Lugones; en su función de policía, tendrá el diabólico privilegio de haber creado el invento argentino más atroz de la historia de nuestro país: “La picana eléctrica”, artefacto que a décadas de su creación se sigue usando en todo el mundo como instrumento de violencia, tortura y muerte.

Quienes crean en la ley del karma, podrán adjudicarle a ésta lo que le deparó el destino a Leopoldo Lugones. Cuando se enteró que su mejor amigo -el escritor uruguayo Horacio Quiroga- se quitó la vida bebiendo un vaso con cianuro en el Hospital de Clínicas de Buenos Aires la madrugada del 19 de febrero de 1937; se enojó tanto, que tuvo un comentario despectivo acusándolo de haber elegido “la muerte de las sirvientas”.

En sus últimos años pregonó las costumbres conservadoras y ultra católicas, pero se enamoró perdidamente de una hermosa joven que lo cautivó mientras él daba conferencias en la Universidad de Buenos Aires. Descubierto por los servicios de inteligencia que había instaurado su hijo, éste lo amenazó con destruir a la joven en su reputación y si era necesario de cualquier otra forma. No tuvo más remedio que renunciar a ella. Finalmente esta circunstancia lo llevó a la depresión y al suicidio, ocurrido exactamente un año después que el de su amigo Horacio Quiroga y a la misma hora; una madrugada del 19 de febrero de 1938 ocasión en la que bebió… un vaso de cianuro.

La tragedia siguió acompañando a la descendencia de Leopoldo Lugones. La hija de Polo y nieta del escritor; que había heredado los dones poéticos y narrativos de su abuelo y que fue escritora, periodista, editora y traductora, renegó de las ideas de su padre y decidió militar en el Peronismo de la resistencia durante la proscripción del movimiento peronista, primero lo hizo en las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) y luego en Montoneros, ambos grupos guerrilleros que integraban el complejo universo peronista de aquellos años. Quiso también el destino que Susana Lugones Aguirre (hija de un torturador y nieta del gran poeta por parte de padre y del gran músico Julián Aguirre por parte de madre); apodada Pirí Lugones; fuera secuestrada y torturada por la dictadura instaurada entre 1976 y 1983; con el mismo instrumento nefasto que había fabricado su padre; para luego ser arrojado su cuerpo al Rio de la Plata en los tristemente célebres “Vuelos de la Muerte”, muchos estiman que murió un poco antes del Mundial de Fútbol que se jugó en Argentina en 1978.

A la tragedia de un escritor y a sus contradicciones hoy sólo nos queda su obra y las estrofas de versos impregnados de melancolía que rezan:

Al promediar la tarde de aquel día,
cuando iba mi habitual adiós a darte,
fue una vaga congoja de dejarte
lo que me hizo saber que te quería….”

Tal vez dedicados a un amor imposible.

 

 

 

 

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