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Junio 2023
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Sobre Manolitos y Mafaldas


[SEPA] Existe un recurso literario utilizado por varios escritores para realzar al protagonista de su historia. No puede concebirse un héroe épico sin un antagonista digno de su grandeza. Batman necesita de un villano digno de él, como el Guasón y Súperman no podría ser tal sin Lex Luthor.

Asimismo, una figura virtuosa en el valor y el bien, no tendría sentido sin otra tan defectuosa en la maldad que, por contraposición, le aumente su brillo gracias a sus aborrecibles defectos. Ninguna historia sería atrayente sin ese contraste, sin esa oposición o dicotomía cuya función principal es realzar al elegido, al querido y preferido hijo de la imaginación de los creadores y cuya función subsidiaria, mal que nos pese, es servir de escape a la insoportable perfección de la virtud.

Todos los lectores disfrutan de la maldad del antagonista y del sufrimiento de sus héroes que deberán ganarse su lugar de honor pagándolo con sangre, sudor y lágrimas y… cuando las historias son un poco más banales o menos heróicas y aquellos héroes no se enfrentan con el mal absoluto; podemos agregar que todos los lectores disfrutan de los defectos y debilidades de los antagonistas de turno que, en estos casos, sólo exhiben algunas imperfeciones morales; posibilitando cierta catarsis a la pequeña y sufrida psiquis de los lectores y dándoles la posibilidad de reconocer como propios algunos pequeños vicios e identificarse con algunos arquetipos que mengüen un poco las frustraciones y defectos propios.

El virtuoso Patoruzú necesita del moralmente débil Isidoro Cañones y, para hablar de sus primos hermanos, el inteligente Ásterix necesita del poco lúcido o bobo Óbelix. Isidoro y Óbelix no son ciudadanos de primera en la república del mal (como el Guasón o Lex Luthor), sino meros metecos o peregrinos cuya débil maldad o poca lucidez a veces los confunde de senda pero siempre regresan al bien, redención mediante; porque el bien necesita de estos perdedores. La frustración de los perdedores no es tan terrible cuando, como suele ocurrir, son mayoría. En la carrera de la vida, al igual que en cualquier competencia pedestre, el precio que se paga para que exista un ganador es que -necesariamente-, todos los demás sean perdedores y como tales, parte de la escenografía y tristes escaños destinados a soportar el peso de la gloria ajena.

Como un demiurgo indiferente a los pequeños destinos de sus criaturas, cada escritor reparte los dones del espíritu, casi siempre con injusticia y reproduce en el papel, el triste drama de la vida. Si eres, querido lector, el caín de tu pequeño drama familiar, de tu pequeño mundo laboral o escolar y vives el triste destino de los aborrecidos (peor aun si eres débilmente aborrecido), que medran inútilmente un amor dispensado con mezquindad; entenderás el destino de Manolito, el pobre despreciado de su creador Quino, el hijo de Don Manolo el almacenero del barrio.


Don Manolo

Subyace en la viñetas de Mafalda cierto nihilismo filosófico, frente a un mundo retratado como violento, injusto y cruel. Quino, con mucha inteligencia estigmatiza la política mundial a través de su niña precoz, que con ironía se burla de la situación política global. También se advierte cierto choque generacional retratado desde la visión de la niña que deja en ridículo al mundo “serio” de los adultos, encarnados por sus padres y maestros. La agudeza de Mafalda deconcierta a los adultos con los que conversa expresando cierta rebeldía infantil. Rebeldía que se evidencia con cosas pueriles como la sopa, pero que también sugiere con humor, temáticas más profundas tales como el racismo, la guerra, la libertad y la injusticia.

Quino se preocupó en retratar una nítida diferencia entre el mundo de la política global y una indefensa familia de clase media de estructura nuclear: un papá empleado, una mamá ama de casa y dos niños pequeños, impotentes frente a la inevitable y catastrófica marcha del mundo. Sus padres conforman el arquetipo de la gente común, de la gente de a pie (que luego, con esfuerzo, compran una citroneta) y que transcurre por la vida sobreviviendo entre breves destellos de alegría. ¿Qué otra cosa podía hacer un pobre oficinista que trabaja varias horas, que no sea leer el diario, ver televisión y ocuparse de una pequeña planta de maceta? ¿O una pobre ama de casa confinada a las tareas del hogar? Incapaces de entender los profundos planteos de Mafalda, había que crear un personaje que les diera lustre, que la hiciera lucir, que le diera sentido a su lucha y rebeldía. Los adultos de la tira eran simples víctimas de su destino y no podían cumplír el importante rol de antagonistas. Y así fue que nació, de la pluma de Quino: … Manolito.

¿Qué dice Wikipedia?


Quino


Historieta en la Argentina


Caras y Caretas

Pero…¿Quién es Manolito? Manolito es Manuel Goreiro, hijo de inmigrantes españoles, su padre Don Manolo es un gallego radicado en Argentina y dueño del Almacén Don Manolo ubicado en el barrio porteño de San Telmo donde vive Mafalda. Es el distinto de la historieta y por lejos el que más nos divierte al leerla.

Es la versión infantil de su padre a quien emula al reproducir en todo momento sus actitudes de almacenero, aún en los juegos que comparte con sus amigos. En el universo infantil creado por Quino, en donde cada uno de los niños presenta una característica simpática o positiva… desde cierta perspectiva progresista, Manolito es un indigente ideológico en comparación con sus amigos.

Nuestro demiurgo y diseñador de este micro-mundo de papel, el dibujante Quino, ha sido poco generoso con Manolito; pues lo hizo rústico o poco refinado -en comparación con sus amigos-, no muy inteligente e inmune a las sutilezas filosóficas de Mafalda; al punto de ser el símbolo de cierta brutalidad, característica que el humor del pueblo argentino le adjudicó (o se auto adjudicó) injustamente con relación a los inmigrantes españoles generalizados como “gallegos”; como antes lo había hecho con los inmigrantes italianos o “tanos” apelativo de los napolitanos que llegaron al país y con el que se identificó a todos los italianos.

Mafalda y sus amigos (menos Manolito), resultan moralmente paradigmáticos, representan un ideario que la clase media argentina desea; mientras que Manolito representa de manera arquetípica lo que, en la cruda realidad, esa misma clase media también es; circunstancia que le permite decir y hacer lo que la gente común piensa y hace en la vida cotidiana, aunque desde cierta incomodidad moral.

Mientras Manolito trabaja con su papá en el almacén, Mafalda se preocupa por la salud del mundo. Mientras en verano Manolito se refresca en el lavadero de su casa, Mafalda y sus amigos van a la playa

Manolito expresa cierta alegría cuando habla de su pasión por el almacén de su papá y del dinero, sin embargo Mafalda y sus amigos por lo general son pesimistas y amargados, a pesar que su situación personal como niños luce mucho mejor que la de Manolito.

Ahora bien sobre este punto, resulta extraño que Quino haya dotado de tanta insatisfacción a Mafalda que vive en el seno de una familia constituida con padres que no son violentos y por el contrario se preocupan por sus hijos y que viven en un contexto económico, si bien no muy abundante, relativamente suficiente; pues compraron un pequeño auto Citroën, van a la escuela, reciben juguetes y gozan de vacaciones todos los años. Manolito por su parte tiene una relación más severa con sus padres; siendo clásica, la imagen de la chancleta de la madre frente a las travesuras de Manolito, el niño trabaja como cadete ayudando a su padre y nunca tiene vacaciones.

En esta imagen superior Quino revela la situación de violencia psicológica e incluso física en la que vivió el papá de Manolito y que su hijo, en alguna medida, repite con su madre, aunque es compensado por su padre cuando trabaja duro en el almacén con los códigos de torpeza de su familia (ver imágenes inferiores).

Entre tantas diferencias, podemos agregar que Quino ha dotado a Mafalda de una sensibilidad ética precoz, mientras que a Manolito lo describe -cuanto menos-, con cierto pragmatismo orientado a sacar el mejor provecho para su almacén. En la cultura española, para el Hidalgo Castellano retratado tantas veces en la literatura y de manera magistral por Cervantes en el Quijote; el dinero es algo y sucio e indigno de un caballero. Pero para el pueblo, representado en la novela cervantina por Sancho Panza, es algo necesario y el escudero no tiene escrúpulos de ensuciarse de vez en cuando por unas cuantas monedas. También es cierto que los Hidalgos no tenían que trabajar por ser los dueños de las heredades y sus rentas y podían darse el lujo de tener pruritos morales con el vil metal; mientras que la gente común siempre se debatía entre el hambre y las ganas de comer.

Alejados del escenario del tardío medioevo español; en la Argentina de los años ’60 del siglo XX, se conservaban esos prejuicios, tal vez por herencia cultural; y muy bien los representa Quino en las actitudes marcadamente contrapuestas de Mafalda y Manolito. Dos mundos se enfrentan en las tiras de Mafalda. Por un lado el de la gente que vive con una mínima comodidad y es contemplativa, teóricamente pesimista y filosóficamente especulativa, que cuestiona al mundo desde una ética refinada y progresista y desde una moderada pero cómoda situación económica; y por el otro el de la gente más prosaica, que ahorra en gastos superfluos como las vacaciones y es tan trabajadora como poco sutil y… con una ética, por decirlo de manera elegante, más pragmática. El idealismo de Quijote y el realismo de Sancho Panza se replican en Mafalda y Manolito.

Sin embargo a fines de la década del 60 y comienzos de la década del 70 del siglo XX, se incubaba en Argentina el final del pequeño verano que se vivió durante la infancia de Mafalda (que según el propio Quino, aunque nace en 1962, oficialmente considera su inicio en 1964). Una suerte de “calma chicha” que preludiaba una tormenta, cuyos primeros vientos comenzaron en 1966 y se intensificaron en 1973, año en el que Quino abandona el país. Finalmente la violencia generada a comienzos la década del ´70 anticipa la dictadura militar de 1976, con las desastrosas consecuencias que todos conocen.

Muchos se preguntaron por qué razón Quino condenó a Mafalda y a sus amigos a una infancia perpetua, ya que nunca quiso continuar publicando las viñetas. La última tira salió un 25 de junio de 1973. Cada año cerca de navidad se vendía el pequeño libro apaisado con la compilación de las tiras publicadas durante la temporada y en diciembre de ese año salió el número 11. Joaquín Salvador Lavado Tejón (así se llamaba Quino) dijo en su momento que ya se había comenzado a repetir y por esa razón dejó de escribirla. Sin embargo su inconsciente lo traicionó en una entrevista posterior, cuando declaró que “Mafalda siempre será una niña”, pues en el fondo a todo padre le duele que sus hijos crezcan y se vayan del hogar. En otra declaración confesó que no tuvo hijos porque le parecía terrible traer niños a un mundo tan caótico.

Quino era hijo de andaluces republicanos que vinieron a vivir a Argentina huyendo de la guerra civil española. La familia se asentó en Mendoza y luego vivió en Buenos Aires. En 1973 Quino se exilió en Milán donde siguió trabajando como dibujante. Finalmente sacó la ciudadanía española y volvió a la tierra de sus padres; aunque nunca dejó de visitar su país natal. Tal vez quiso evitar a su hija de papel, el drama que se avecinaba en Argentina y por ello la mantuvo en su perpetua infancia. Tal vez esos niños, si hubieran llegado a la adolescencia o a la juventud, no hubieran podido sobrevivir a la violencia que sobrevino en el país y por ello, prefirió dejar a sus personajes como niños. Como padre no hubiera soportado que los enfrentamientos inocentes entre Manolito y Mafalda se vuelvan intensos como ocurrió con los miles de Manolitos y Mafaldas durante la guerra civil española, que enfrentó a hermano contra hermano, a padre contra hijo y a amigo contra amigo.

Quino los pudo retratar en Argentina, tal vez como aquellos Manolitos y Mafaldas eran en España antes de la guerra y buscó su redención en este nuevo mundo; pero el destino quiso que en la Patria elegida por sus padres, el drama se repitiera y no encontró mejor lugar para proteger a sus niños, que la Patria de papel en la que quedaron congelados en la infancia con sus pequeños odios infantiles inocuos y risibles y las profundas pero inofensivas protestas de Mafalda contra un mundo injusto.

 

 

 

 

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