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Mayo 2023
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El Hombre Muerto

Por Leopoldo Lugones

[Leopoldo Lugones] La aldeíta donde nos detuvimos con nuestros carros, después de efectuar por largo tiempo una mensura en el despoblado, contaba con un loco singular, cuya demencia consistía en creerse muerto.
Había llegado allí varios meses atrás, sin querer referir su procedencia, y pidiendo con encarecimiento desesperado que le consideraran difunto.
De más está decir que nadie pudo deferir a su deseo; por más que muchos, ante su desesperación, simularan y aquello no hacía sino multiplicar sus padecimientos.
No dejó de presentarse ante nosotros, tan pronto como hubimos llegado, para imploramos con una desolada resignación, que positivamente daba lástima, la imposible creencia. Así lo hacía con los viajeros que, de tarde en tarde, pasaban por el lugarejo.
Era un tipo extraordinariamente flaco, de barba amarillosa, envuelto en andrajos, un demente cualquiera; pero el agrimensor resultó afecto al alienismo, y no desperdició la ocasión de interrogar al curioso personaje. Este se dio cuenta, acto continuo, de lo que mi amigo se proponía, y abrevió preámbulos con una nitidez de expresión, por todos conceptos discorde con su catadura.
-Pero yo no soy loco -dijo con una notable calma, que mal velaba, no obstante, su doloroso pesimismo-. Yo no soy loco, y estoy muerto, efectivamente, hace treinta años. Claro. ¿Para qué me morí?
Mi amigo me guiñó disimuladamente. Aquello prometía.
-Soy nativo de tal punto, me llamo Fulano de Tal, tengo familia allá…
(Por mi parte, callo estas referencias, pues no quiero molestar a personas vivientes y próximas.)
-Padecía de desmayos, tan semejantes a la muerte, que después de alarmar hasta el espanto, concluyeron por infundir a todos la convicción de que yo no moriría de eso. Unos doctores lo certificaron con toda su ciencia. Parece que tenía la solitaria. “Cierta vez, sin embargo, en uno de esos desmayos, me quedé. Y aquí empieza la historia de mi tormento; de mi locura…” “La incredulidad unánime de todos, respecto a mi muerte, no me dejaba morir. Ante la naturaleza, yo estaba y estoy muerto. Más para que esto sea humanamente efectivo, necesito una voluntad que difiera. Una sola…” “Volví de mi desmayo por hábito material de volver; pero yo como ser pensante, yo como entidad, no existo. Y no hay lengua humana que alcance a describir esta tortura. La sed de la nada es una cosa horrible.”
Decía aquello sencillamente, con un acento tal de verdad, que daba miedo.
-¡La sed de la nada! Y lo peor es que no puedo dormir. ¡Treinta años despierto! ¡Treinta años en eterna presencia ante las cosas y ante mi no ser!
En la aldea habían concluido por saber aquello de memoria. Pasaron a ser vulgares sus reiteradas tentativas para obligarlos a creer en su muerte. Tenía la costumbre de dormir entre cuatro velas. Pasaba largas horas inmóvil en medio del campo, con la cara cubierta de tierra.
Tales narraciones nos interesaron en extremo; mas cuando nos disponíamos a metodizar nuestra observación, sobrevino un desenlace inesperado.
Dos peones que debían alcanzarnos en aquel punto, arribaron la noche del tercer día con varias mulas rezagadas.
No los sentimos llegar, dormidos como estábamos, cuando de pronto nos despertaron sus gritos. He aquí lo que había sucedido.
El loco dormía en la cocina de nuestro albergue, o aparentaba dormir entre sus velas habituales -la única limosna que nos había aceptado-.
No mediaban dos metros entre la puerta donde se detuvieron cohibidos por aquel espectáculo, y el simulador. Una manta le cubría hasta el pecho. Sus pies aparecían por el otro extremo.
-¡Un muerto! -balbucearon casi en un tiempo. Habían creído en la realidad.
Oyeron algo parecido al soplo mate de un odre que se desinfla. La manta se aplastó como si nada hubiera debajo, al paso que las partes visibles -cabeza y pies- trocáronse bruscamente en esqueleto.
El grito que lanzaron púsonos en dos saltos ante el jergón.
Tiramos de la manta con un erizamiento mortal.
Allá, entre los harapos, reposaban sin el más mínimo rastro de humedad, sin la más mínima partícula de carne, huesos viejísimos a los cuales adhería un pellejo reseco.
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El Trágico Destino de Leopoldo Lugones

[SEPA] Leopoldo Lugones (1874-1938): Fue un escritor argentino nacido en la pequeña localidad de Villa de María del Río Seco ubicada al norte de la Provincia argentina de Córdoba. Su vida constituye, por sí misma, casi una novela gótica llena de misterios, que devino en tragedia. Considerado en su tiempo el más destacado intelectual de su generación y digno heredero de una tradición literaria antes engalanada por Domingo Faustino Sarmiento, Paul Groussac y Amadeo Jaques, entre otros y luego continuada por Jorge Luis Borges, Eduardo Mallea y otros; su obra refleja la variedad y profundidad de su erudición, que discurre por la novela, el cuento, el ensayo, la poesía y el panfleto político. Sin embargo, su personalidad fue problemática y vacilante, lo que se evidencia en sus devaneos políticos, religiosos e ideológicos que lo llevaron a participar de centros ateos, anarquistas, socialistas, liberales, conservadores, religiosos y finalmente fascistas a la par de oponerse al antisemitismo tan en boga en su época; ello sin perjuicio de haber integrado la Sociedad Teosófica y la Masonería, además de mostrar un marcado interés por el ocultismo y de cartearse de manera personal con Albert Einstein, intercambiando sus diferentes puntos de vista sobre distintas cuestiones y a quien llegó a invitar y traer a la Argentina.

Cuando su familia se mudó a la ciudad de Córdoba, ingresó al centenario Colegio Montserrat, donde cursó parte de la secundaria, estudios que nunca llegó a concluir transformándose en un autodidacta. Posteriormente se traslada a Buenos Aires, ya casado y con un único hijo que fue, el tristemente célebre Leopoldo “Polo” Lugones (h), quien en la década del ’30 del siglo XX, sería nombrado Comisario Inspector de la Policía, durante la primera dictadura militar de ese siglo perpetrada por el Gral. José Félix Uriburo.

¿Qué dice Wikipedia?


Leopoldo Lugones


Sodoma


Gomorra

A su peor antecedente, precedió el espeluznante hecho de haber sido acusado de abusar a menores que estaban a su cuidado, delitos por los que nunca fue juzgado; pues el escritor intercedió frente funcionarios lábiles del entonces Presidente Constitucional Hipólito Yrigoyen, ya debilitado por la vejez y rodeado de una camarilla decadente que le ocultaba la realidad.

Muchos que lo conocieron en sus devaneos socialistas, anarquistas y ocultistas, se preguntan en qué momento la mente del escritor pactó con el mal o qué razones lo llevaron al extravío que lo impulsó a ser uno de los ideólogos del nefasto derrocamiento del Gobierno Constitucional de Yrigoyen. Otros consideran que siempre fue igual de oscuro. Pero cualquiera fuere la verdad, sus propias decisiones lo llevaron a tener un trágico final. Discurrió como un extraordinario autodidacta por el más amplio arco del pensamiento que uno pudiera imaginarse, de poseer una erudición formidable no sólo en humanidades sino en ciencias, de traducir jeroglíficos, de conocer idiomas lejanos, de haber viajado por el mundo como diplomático, de haberse transformado en un escritor universal cuyas fuentes abrevan en todas las tradiciones del mundo, por lo que muchos lo consideran el predecesor de la literatura de Jorge Luis Borges (por otro lado un lejano sucesor como Director de la Biblioteca Nacional). Luego de todos estos antecedentes, devino en un pensador colérico y ultraconservador cuyo talento comenzó a inspirar a quienes impondrían una férrea dictadura. El hijo del poeta, Leopoldo “Polo” Lugones; en su función de policía, tendrá el diabólico privilegio de haber creado el invento argentino más atroz de la historia de nuestro país: “La picana eléctrica”, artefacto que a décadas de su creación se sigue usando en todo el mundo como instrumento de violencia, tortura y muerte.

Quienes crean en la ley del karma, podrán adjudicarle a ésta lo que le deparó el destino a Leopoldo Lugones. Cuando se enteró que su mejor amigo -el escritor uruguayo Horacio Quiroga- se quitó la vida bebiendo un vaso con cianuro en el Hospital de Clínicas de Buenos Aires la madrugada del 19 de febrero de 1937; se enojó tanto, que tuvo un comentario despectivo acusándolo de haber elegido “la muerte de las sirvientas”.

En sus últimos años pregonó las costumbres conservadoras y ultra católicas, pero se enamoró perdidamente de una hermosa joven que lo cautivó mientras él daba conferencias en la Universidad de Buenos Aires. Descubierto por los servicios de inteligencia que había instaurado su hijo, éste lo amenazó con destruir a la joven en su reputación y si era necesario de cualquier otra forma. No tuvo más remedio que renunciar a ella. Finalmente esta circunstancia lo llevó a la depresión y al suicidio, ocurrido exactamente un año después que el de su amigo Horacio Quiroga y a la misma hora; una madrugada del 19 de febrero de 1938 ocasión en la que bebió… un vaso de cianuro.

La tragedia siguió acompañando a la descendencia de Leopoldo Lugones. La hija de Polo y nieta del escritor; que había heredado los dones poéticos y narrativos de su abuelo y que fue escritora, periodista, editora y traductora, renegó de las ideas de su padre y decidió militar en el Peronismo de la resistencia durante la proscripción del movimiento peronista, primero lo hizo en las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) y luego en Montoneros, ambos grupos guerrilleros que integraban el complejo universo peronista de aquellos años. Quiso también el destino que Susana Lugones Aguirre (hija de un torturador y nieta del gran poeta por parte de padre y del gran músico Julián Aguirre por parte de madre); apodada Pirí Lugones; fuera secuestrada y torturada por la dictadura instaurada entre 1976 y 1983; con el mismo instrumento nefasto que había fabricado su padre; para luego ser arrojado su cuerpo al Rio de la Plata en los tristemente célebres “Vuelos de la Muerte”, muchos estiman que murió un poco antes del Mundial de Fútbol que se jugó en Argentina en 1978.

A la tragedia de un escritor y a sus contradicciones hoy sólo nos queda su obra y las estrofas de versos impregnados de melancolía que rezan:

Al promediar la tarde de aquel día,
cuando iba mi habitual adiós a darte,
fue una vaga congoja de dejarte
lo que me hizo saber que te quería….”

Tal vez dedicados a un amor imposible.

 

 

 

 

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