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Abril 2022
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El Extraño Destino
de un Corsario


[SEPA] Una madrugada de un 24 de noviembre de 1818 la paz de los habitantes de Monterrey se vio alterada cuando un comando de soldados desconocidos tomó ese fuerte californiano incendiando la casa del gobernador y haciendo huir a la mayoría de los soldados que lo resguardaban. Los atacantes izaron un extraño pabellón azul celeste y blanco proclamando a su vez la liberación del territorio, hasta ese momento bajo dominio español y su incorporación a una extraña confederación de la cual nunca habían oído hablar hasta ese día.

Estos singulares libertadores habían desembarcado de una fragata de guerra que se llamaba La Argentina que estaba, junto a una flota de apoyo, completando una circunvolución planetaria cuya ruta había nacido en Buenos Aires y pasado por el Cabo de Buena Esperanza en Sudáfrica, luego Madagascar, Java, Filipinas y Hawái hasta llegar a California.


Hipolito Buchardo

En cada puerto que recalaban, dejaban a las autoridades una proclama independentista firmada por varios congresales en una tierra ignota llamada Tucumán un 9 de julio de 1816. El portador de esta proclama y Capitán de la nave era un extraño personaje que hablaba un duro español andaluz con acento francés. Hipólito Buchardo, el personaje de quien estamos hablando, acababa de incorporar a las nacientes Provincias Unidas del Río de la Plata lo que hoy se conoce como California.

Durante seis días, la joven bandera Argentina creada por el General Manuel Belgrano, abogado de profesión y militar por pedido de su Patria; flameó soberana en las lejanas tierras norteamericanas. La valiente tripulación debía seguir su derrotero, pues nunca tuvieron un afán conquistador sino liberador, y una vez cargadas las provisiones continuó su viaje por distintos puertos mexicanos y centroamericanos. Así pasaron por Santa Bárbara, la misión de San Juan de Capistrano; San Blas, Acapulco, Sonsonate, El realejo y tantos otros.


Hipólito Buchardo capturando la insignia española en la Batalla de San Lorenzo

Centroamérica fue testigo y blanco del ataque libertador del implacable Bouchardo al punto que a su paso prende la impronta emancipadora simbolizada por la bandera argentina con sus colores azul celeste y blanco de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Muchas de las futuras naciones centroamericanas como Guatemala, Nicaragua, El Salvador y Honduras eligieron para sus banderas los colores argentinos y durante el período de su organización intentaron forman una confederación de estados cuyos diversos nombres evocaban a los utilizados en el sur, así por ejemplo, en su momento surgieron las Provincias Unidas de Centro América, los “Estados Confederados del Centro de América”, o la “República Federal de Centro América”, etc.


Bandera de la Provincias Unidas de Centro América

De esta forma rindieron su homenaje al gran corsario argentino y por ende a su patria, nuestra Patria; por la ayuda bélica y la fuerte incentivación que ejerció para que estas nacientes patrias emprendan a su vez el camino de la Independencia.

¿Qué dice Wikipedia?


El Salvador


Honduras


Guatemala


Nicaragua

¿Quién fue Hipólito Buchardo? En 1809 desembarcó en Buenos Aires un joven marino francés bautizado André Paul de Bouchard, quien adoptará por cariño el nombre de su hermano fallecido, por lo que se le conoce como primero Hipólito Buchard y luego como Hipólito Buchardo pues él quiso argentinizar su nombre.

Fue un hombre decidido antimonárquico que no tardará en abrazar la causa de la independencia argentina y de luchar junto a la flota de las Provincias Unidas en 1811. Luego en 1812 se alistó como soldado en la Batalla de San Lorenzo en el naciente Regimiento de Granaderos a Caballo creado por Don José de San Martín. En esta Batalla tuvo un brillante desempeño siendo él quien conquistó la bandera de las tropas realistas; aquella que tiene las aspas de Borgoña (en realidad ambos regimientos tenían la misma insignia heredada de los españoles, pues no se había creado la bandera nacional). Su actuación en esta batalla hizo que la Asamblea del año 13 le concediera la ciudadanía argentina.

Como era un marino notable, fue requerido por el almirante Guillermo Brown y participó de batallas en Chile y en océano pacífico; demostrando una gran capacidad de maniobra. Su heroísmo, valentía e inteligencia militar no pasan desapercibidas al Director Supremo de las Provincias Unidas Don Juan Martín de Pueyrredón quien le otorga el mando de la Fragata La Argentina.

Una nave que tuvo una historia única e insólita, digna de una novela o película de aventuras

En 1817 zarpó de Buenos Aires La Argentina, llevando varias copias de la declaración de la independencia y enfiló por el Atlántico hasta el Cabo de Buena Esperanza en Sudáfrica y Madagascar. Cerca de la isla de Java capturó 16 barcos mercantes y luego se dirigió a Hawái (en aquel entonces se llamaban islas Sándwich) y negoció con el Rey Kamehameha I para recuperar la Fragata Chacabuco, barco amotinado cuyos marineros habían vendido la fragata al rey hawaiano.

Luego de una trabajosa negociación, Bouchardo logró la devolución del barco y suscribió con el monarca local una suerte de tratado de unión para la paz, la guerra y el comercio, que algunos interpretan como el primer tratado por el que una Nación extranjera reconoció la independencia de las Provincias Unidas. Luego inició el periplo más extraordinario de la Fragata con la liberación de Monterrey con la que comenzamos esta crónica.

La actuación libertadora de la fragata La Argentina, que había iniciado su travesía el 9 de Julio de 1817, duró dos años, en los que el capitán Bouchardo no solo se dedicara a hostigar al Imperio Español sino que intervendrá ante cualquier acto que violara el derecho sagrado de la libertad de todos los hombres, por lo que en su legado patriótico se puede contabilizar que solo con esta nave llevó a cabo trece exitosos combates navales, capturó o hundió veintiséis buques de guerra y tomó por asalto a cuatro barcos negreros liberando a sus prisioneros en naves bajo banderas inglesas y en un caso hasta ataco una nave negrera de los Estados Unidos, decomisando nuevamente toda su carga y otorgándole la libertad inmediatamente a los esclavos africanos que comercializaban. En sus últimos años se afincó en Perú, donde inició un ingenio azucarero y las crónicas de la época dan cuenta que manejaba a los trabajadores del mismo con la misma disciplina que se autoimponía a él mismo y a sus hombres en su época de marinero; hasta que uno de sus trabajadores lo asesinó el 4 de febrero de 1837. Sus restos hoy descansan, luego de haber sido repatriados por la Armada Argentina en el Panteón que la fuerza tiene en el cementerio de la Chacarita.

 

 

 

 

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