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El Invisible Muro de Londinium

[Artemio Gris] Pocos saben que existe en el viejo mundo otro Vaticano dentro de Roma no tan visible ni tan conocido como el principado eclesial, pero jurídicamente mucho más antiguo; ya que el pequeño estado sacro nace a instancias de un tratado concertado en Letrán entre la Italia de Mussolini y el Papado; pacto que se firmó durante el invierno europeo del año 1929, un nevado 11 de febrero. Si bien faltan pocos años para su primer centenario, su historia está jalonada de misterios milenarios; pues si bien el Vaticano, como Estado es un infante, su espíritu lleva más de 2000 años sobre la tierra.

Sin embargo, la ciudad eterna o capital de la historia -como le dicen a Roma-, no tiene la exclusividad ni fue la primera en exhibir esta extraña situación de tener en sus entrañas una “ciudad dentro de la ciudad”. Roma tiene, en rigor de verdad, un Principado teocrático gobernado de manera autónoma por un Sumo Pontífice elegido por la Divinidad, una Corte de Príncipes que lo secunda, unos cuantos magistrados y un pequeño pero eficaz ejército que custodia sus inmensas riquezas espirituales.

La historia que nos interesa se origina precisamente en esta ciudad eterna, “cuando Roma era el mundo” y cuando sus huestes civilizadoras llegaron a los confines bárbaros de aquel orbe antiguo y atravesaron el también bárbaro canal de la Mancha para fundar una pequeña e insignificante aldea a la que bautizaron Londinium, latinización de una prosaica expresión de la primitiva y rústica lengua lugareña cuyo fonema sonaba -más o menos- como Llin Dyn (y que en español sería -más o menos- como “lindín”) y que significa simplemente “lugar al que no suben las mareas”, o dicho de manera más vulgar: “lugar que no se inunda”. No se sabe si fue por la ausencia de fonoaudiólogos entre los primitivos britanos o por alguna patología auditiva de los conquistadores; pero el fonema “lindín” terminó involuntariamente mejorado por éstos últimos con el elegante “Londinium”, para terminar finalmente empeorado con el actual “london” (que se acentúa en la primera “o” pronunciada de manera imprecisa como una vocal intermedia entre la “o” y la “a”), palabra que se parece a Condon, apellido del médico personal del Rey Carlos II de Inglaterra a quién se la atribuye la invención del preservativo masculino. El Dr. Condon los habría fabricado con intestinos de animales para que el Rey pudiera divertirse sin correr riesgos de contraer enfermedades poco elegantes. Más allá de esta infeliz coincidencia, las palabras Condon y London, no deberían asociarse.

No se descarta que, en la edad de bronce o aún antes, hayan existido en este olvidado lugar algunos asentamientos que no pasaron a la historia (pues sus habitantes no sabían escribir), pero dejemos esta época a los arqueólogos. Más allá de la casual y poco feliz rima fonética entre Condon y London y su involuntaria asociación; Londinium, mientras fue Londinium; creció feliz y protegida por los romanos, hasta que ocurrió la mayor tragedia de su historia: el paulatino abandono de las legiones de la agreste isla que cobijaba la aldea. Ocupados por sus peleas internas, en el siglo IV y comienzos del siglo V de la era cristiana, los emperadores dejaron a su suerte a la Provincia Britania permitiendo que Sajones y otras tribus bárbaras la saqueen.

Abandonados a su mala suerte pasaron los siglos siguientes sin pena ni gloria, cuando un tal Alfredo, auto-percibido “El Grande”, allá por el año 886 de la era cristiana, ocupó la ciudad.

¿Qué dice Wikipedia?


Alfredo el Grande


Eduardo el Confesor


Guillermo el Conquistador

Como este buen hombre tenía dificultades para pronunciar el latín, decidió cambiar el mejorado nombre de la aldea “Londinium”, por un gutural Londenburth; que quiere decir en la media lengua que utilizaba, algo así como “Fortaleza de London”; por haberse convertido este bendito lugar en una suerte de caballeriza donde los invasores hospedaban a sus animales. Para los estándares bárbaros, Londenburth creció un poco más que un suburbio vecino que los ya desromanizados habitantes de la zona habían bautizado como Lundenwik, lugar donde funcionaba un primitivo mercado cuya mayor característica era el típico mal olor de las vísceras de vaca y el pescado en descomposición que comerciaban; mercaderías que alimentaban, amén de a sus refinados habitantes, a las miles de ratas que compartían la villa.

En la zona aledaña hubo una abadía cuyos pocos restos arqueológicos apenas daban cuenta de su existencia y luego se construyó un palacio. Conscientes de la importancia del dinero, las autoridades de la zona (que habitaban las caballerizas) decidieron proteger a los mercaderes de pescado, pues no querían compartir la prerrogativa de robarles una parte de sus transacciones. Sin embargo, esta razonable protección, hizo que los mercaderes cedieran gustosos parte de sus ganancias a cambio de tener la certeza de cuánto perderían con cada venta; algo que los ladrones que trabajaban por cuenta propia, no podían garantizar.

La protección ofrecida a mercaderes llegados tanto del norte como del sur de Europa fue enriqueciendo Londenburth (y a sus autoridades) e incluso se intentó que allí se estableciera la corte del reino de Wessex, que por entonces estaba en Winchester. Ya en esa época la isla estaba unificada y no pasó mucho tiempo para que la capital se estableciera en Westminster (la caballeriza) y se instalara en ella el Rey Eduardo apodado el “Confesor”, penúltimo monarca de la etnia anglosajona quien, aprovechando las bonanzas del mercado, reconstruyó la vieja abadía.

A este santo varón le siguió Haroldo -el último anglosajón-, quien sería asesinado por Guillermo -su suceso y primero de los normandos-; pues cuando es mucho el dulce derramado, las moscas se acercan. Tanto tráfico de dinero en el mercado maloliente atrajo al Conquistador -apelativo un poco exagerado de Guillermo, si se tiene en cuenta que lo único que conquistó son los poco acres de esta isla abandonada por los romanos-. Guillermo había decidido saquear este lugar en el siglo XI; tal vez inspirado en aquel refrán que dice “Ladrón que roba a otro ladrón, tiene cien años de perdón…”. Luego levantó la famosa Torre y su hijo erigió el nuevo Palacio de Westminster sobre el anterior.

Así, mientras Westminster era la sede de la Corte; el vecino mercado de vísceras y pescados dudosos, se transformó en el motor de la economía de la zona gracias a la labor de su Ayuntamiento; una suerte de organización municipal encargada de la recaudación de impuestos cuya eficiencia en este rubro, había motivado a Guillermo a distinguirlo concediéndole -a pesar de sus sufridos habitantes- un estatuto que le permitía a sus autoridades, conservar su poder y cierta autonomía. Ambas partes (la que trabajaba y la que recaudaba impuestos), siguieron expandiéndose y también reconstruyéndose, pues sufrieron dos grandes incendios en 1123 y 1666 que redujeron los edificios a cenizas. Después del último incendio se construyó una nueva Catedral de San Pablo.


Plano de Londinium

Con el tiempo (ahorrémonos algunos siglos de historia), aumentó aún más la aglomeración de gente, lo que provocó la fusión de los dos núcleos urbanos cuyos orígenes, insisto en recordar, eran el viejo mercado de pescados podridos y el lugar donde residían las autoridades recaudadoras; que siempre tuvieron la precaución de situarse cerca de quienes trabajaban. Hoy esa gran aglomeración se conoce como el gran Londres (puede advertirse que la españolización de London en Londres evita la desgraciada asociación con Condon) y con el tiempo llegó a conformar una de las nueve regiones, en la que esa la parte de la isla que se conoce como Inglaterra fue dividida por sus monarcas.

Aquel viejo reino primitivo fue creciendo, aunque igual de primitivo y su organización refleja la complejidad de la luchas intestinas de quienes ostentaron privilegios; luchas que vamos a sintetizar diciendo que, dentro de esa enorme región aglomerada alrededor de los vendedores de pescado, una pequeña parte conservó el estatus privilegiado que había obtenido cuando Guillermo invadió esas costas y que algunos reyes posteriores consolidaron.

Pero las cosas no son tan simples, porque el poder tampoco lo es. El gran conglomerado que hoy llamamos Londres llegó a ser un Condado Ceremonial, que sería algo así como un lugar gobernado por un Lord Lieutenant, una suerte de representante directo de la Corona. Sin embargo, la pequeña milla cuadrada antiguamente apestada por los pescados podridos que allí se comerciaban al lado de Westminster, también ha recibido la misma bendición y constituye un pequeño Condado Ceremonial dentro del gran Condado Ceremonial de Londres que la rodea, pues tiene su propio Lord Lieutenant.

A diferencia de los romanos que bendijeron con la ciudadanía a todos los bárbaros habitantes de la vieja Londinium; estos pueblos originarios, ya sin la influencia civilizadora de Roma, sólo se preocuparon en generar castas y gremios que acumulaban privilegios haciendo malabarismos para que cada rey que llegara se los mantuviera. No en vano, la imaginación del irlandés Jonathan Swift supo caricaturizarlos al describir la corte de Lilliput, el país de enanos que descubre el inolvidable Gulliver.

Desde siempre, esta milla cuadrada supo disfrutar y mantener esa serie de privilegios que incluso se acrecentaron con el tiempo. Por ejemplo, no se vio afectada por el Acta de Corporaciones Municipales de 1835, ni por las reformas que vinieron después como la de 1969, que nunca puso fin al medieval voto corporativo -a pesar de que el medioevo ha terminado hace 600 años-. Esta milla cuadrada sigue tan medieval como lo fue durante el medioevo, pero en pleno siglo XXI. Sus instituciones políticas, su forma de gobierno, sus rituales y boato no se han modificado en más de 1000 años y presume que su asamblea es la “abuela” de los parlamentos actuales, parlamento de extraña composición, por otro lado.

Para quienes conocen su estatus saben que este pequeño Condado está fuera del alcance de cualquier ley y es una suerte de “Vaticano dentro de Roma”. Tan es así que dispone de su propia policía: la City of London Police, que desde 1839 ejerce su poder en la milla de forma diferenciada del Metropolitan Police Service (la popular New Scotland Yard), que se ocupa del Gran Londres. Todo bajo la dirección de Dios, si atendemos al lema que luce en su escudo dice: Domine, dirige nos (Señor, guíanos). A ello debemos agregar que, su Lord Lieutenant, si bien tiene el deber de lealtad a la Corona, la propia Reina de Inglaterra, extrañamente, debe solicitar permiso cada vez que necesita entrar a esa milla cuadrada. Podemos agregar un último detalle: este pequeño condado tenía más de 130.000 habitantes en 1800, y en la actualidad no llegan a 7500. Pese a ello en ese pequeño lugar se realizan transacciones financieras por más de dos billones de dólares, lo que significa aproximadamente la tercera parte del total del dinero que se mueve en el planeta.

¿Qué misterios encierra esta pequeña porción de tierra? ¿Tan lejos llega el temor reverencial que los romanos inspiraron a los primitivos habitantes de esta isla, que ningún monarca posterior se animó a profanar la milla que rodeaban las milenarias murallas de Londinion?¿Por qué la propia Reina de Inglaterra debe pedir permiso para ingresar? Hay algunas respuestas, pero ello, es para otra historia.

 

 

 

 

 

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