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Junio 2023
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L. H. Obereit visita el País
de los Devoradores del Tiempo

Por Gustav Meyrink

[Gustav Meyrink] En el cementerio de la parroquia del pequeño pueblo de Runkel, un lugar olvidado del mundo, descansa para la eternidad el cuerpo de mi abuelo. Su tumba de piedra está cubierta de musgo y apenas se lee el epitafio. Pero bajo dicho epitafio, tan reciente como si hubiera sido hecho apenas ayer, se ven con absoluta claridad cuatro letras alrededor de una cruz:

VIVO. Eso quiere decir “estoy vivo”. Ese fue lo que entendí cuando leí por primera vez la inscripción, siendo apenas un niño. Una palabra que impresionó tan hondamente mi alma como si el muerto hubiera abandonado su tumba.

VIVO. Estoy vivo. Extraño lema para aquella tumba de piedra. Algo que aún hoy, al recordarlo, me estremece el corazón. Y… cuando rememoro aquel lejano día de mi infancia, experimento la sensación de caer en un pozo sin fin, como la primera vez que estuve allí. La imaginación me hace ver a mi abuelo -a quien no pude conocer mientras vivía- yaciendo en su tumba, incorrupto a pesar del paso del tiempo, con las manos cruzadas, con sus ojos abiertos, translúcidos como el cristal e inmóviles; como alguien que ha escapado de la putrefacción y espera paciente y silencioso el momento de su resurrección. He visitado muchos cementerios en muchos pueblos, guiado por el vago deseo, de leer los epitafios de las tumbas, buscando aquel anagrama. Únicamente dos veces vi la cruz con la palabra VIVO, una en Danzig y otra en Nuremberg. En ambos casos el nombre del muerto había sido casi borrado por el dedo del tiempo; en ambos casos la palabra VIVO brillaba con toda la fuerza del instinto indomable de la vida.

De joven oí contar que mi abuelo no dejó escrita ni una sola línea. Por eso lo más apasionante, para mí, fue descubrir en el cajón de un viejo escritorio -un recuerdo de familia- cierta cantidad de notas escritas por él y encuadernadas como si de un libro se tratasen. En una de ellas leí esta extraña oración:

¿Cómo puede escapar un hombre de la muerte, si no es cesando en su espera y renunciando a toda ilusión?

Esta frase me hizo reflexionar sobre la palabra VIVO, más allá de su significado literal y siempre la tuve presente desde aquella edad temprana cuando la vi gravada en la tumba; una palabra fantasmagórica, un conjuro mil veces repetido en mis pensamientos, en mis sueños, en los momentos más insospechados de la vigilia. Si alguna vez había pensado que fue una mano extraña la que acaso escribiera VIVO en su tumba bajo su ya irreconocible epitafio; tras leer sus notas ya no me cupo duda alguna de que para él, VIVO tuvo un sentido mucho más profundo para mi abuelo del que suponían mis parientes en mi niñez y del que yo mismo había pensado hasta antes de hallar sus escritos. Fue así que comencé a interesarme por la vida del padre de mi padre; leyendo y estudiando mucho tiempo todas y cada hoja y cada línea de sus escritos; para terminar confirmando mi primera intuición: Esa palabra tenía para el un significado que dominó su vida entera. (Para seguir leyendo click aquí)

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El extraño Destino de Gustav Meyrink

[SEPA] Nacido como hijo natural bajo el prosaico apellido de su madre, que era Meier, Gustav Meyrink (así optó por llamarse); nació en la ciudad de Viena un 19 de enero de 1868, como fruto de un amorío entre Maria Wilhelmina Adelheid Meier y un miembro de la nobleza alemana llamado Karl Warnbühler von und zu Hemmingen, cuya familia le negó su apellido; hasta que ganó fama como novelista, ocasión en la que Gustav declinó el ofrecimiento recibido por sus parientes para hacer uso de su apellido paterno.

Poco afín a reconocer algún mérito a sus progenitores, sus novelas reflejan algunos personajes que encajan en alguna medida con la figura de sus padres; un noble anciano de hábitos ridículos y una artista fracasadas. En su juventud comenzó dedicándose al negocio bancario, pero fue acusado de fraude y terminó pasando una temporada en prisión. Por esta razón comenzó a vivir, al principio de manera modesta, de su talento literario; básicamente como traductor. Fue en esta época en la que sufrió una crisis emocional que lo llevó al borde de la muerte cuando intentó suicidarse a los 24 años. Pero apenas unos minutos antes de gatillarse un tiro en la sien, alguien dejó bajo su puerta un pequeño folleto titulado La vida postrera, hecho que interpretó como una extraña coincidencia, comenzando a orientarse al estudio de los fenómenos ocultos y diferentes tradiciones esotéricas.

¿Qué dice Wikipedia?


El Golem


Aurora Dorada


Literatura
Fantástica

Esta circunstancia lo llevó a relacionarse con otros escritores e investigadores que a su vez lo vincularon con la Orden Hermética The Golden Dawn” o Aurora Dorada”; sociedad secreta a la que también habían pertenecido prominentes escritores a lo largo del siglo XIX y XX, tales como William Butler Yeats (1865-1949), George Bernard Shaw (1857-1950), Arthur Machen (1863-1947), Bram Stoker (1846-1912), Arnold Bennet (1867-1931), Algernon Blackwood (1869-1951), Sir Arthur Conan Doyle, (1859-1930), Aleister Crowley (1875-1947) entre tantos otros.

Si bien, esta orden habría sido fundada en Londres en 1888, por el Coronel británico William Wynn Wesstcott (1848-1925), por el Ocultista de origen escocés nacido en Londres Samuel McGregor Mathers (1854-1918) y por el Médico británico William Robert Woodman (1828-1891); sus verdaderos orígenes estarían en Viena y no sería más que el brazo británico de la logia Die Goldene Dämmerung, de orígenes mucho más antiguos e inciertos.

Los estudios esotéricos de Meyrink inspiraron su obra que abrevó en la tradición oculta del judaísmo, la cábala, la alquimia, el taoísmo, el budismo y la masonería. Su considera su obra maestra a El Golem, leyenda que es producto de una cultura que, según Jorge Luis Borges: “…encontró en los ghettos un terreno propicio para sus extrañas especulaciones sobre la divinidad, el poder mágico de las letras y la posibilidad de que los iniciados crearan un hombre como el hacedor había creado a Adán. Ese homúnculo se llamó El Golem, que en hebreo significa terrón de tierra, así como Adán quiere decir arcilla…”

Gustav Meyrink contrajo matrimonio con Philomene Bernt, con quien tuvo dos hijos: Sybille Felizitas y Harro Fortunat. Este último, tras un grave accidente ocurrido mientras esquiaba, se suicidó a los 24 años en 1932, la misma edad que tenía Meyrink cuando intentó matarse de un tiro. El escritor murió ese mismo año, el 4 de diciembre, poco después de la muerte de su hijo.

 

 

 

 

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